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Fermín ALLENDE, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
Un hecho de tanta trascendencia y que se prolongó durante tanto tiempo, como es la pugna entre la tradicional navegación a vela y el transporte marítimo derivado del vapor, forzosamente tenía que convertirse en material para la ficción narrativa de una serie de escritores. La sensibilidad de éstos no les iba permitir quedarse indiferentes ante aquella especie de darwinismo tecnológico por el que se estaba decidiendo el nuevo paradigma sobre el que iba a basarse la navegación del futuro. Tras siglos y siglos en los que las innovaciones introducidas en este campo habían sido pausadas y poco perceptibles; ahora, tanto desde el punto de vista de las consecuencias futuras, como desde una perspectiva meramente estética, la rotundidad de los cambios se pondría claramente de manifiesto. Evidentemente, en todo ello había un material literario de indudable importancia para los escritores. Entre ellos, tres autores que tenían en común su amor al mar, como eran Pío Baroja, Joseph Conrad y Eugene O’Neill, nos han dejado constancia de cómo vieron y sintieron este largo proceso que provocó el fin de la vela, en su modalidad de navegación comercial, y la hegemonía del vapor. Este proceso abarcó prácticamente todo el siglo XIX, llegando a desbordar incluso los primeros años del siglo XX.
Alguien que conoció en propia persona y con verdadera profundidad todo este cambio fue el escritor de origen polaco Joseph Conrad (1857-1924). Conrad estuvo embarcado durante dos décadas como marino mercante en barcos franceses y británicos, viajando por prácticamente todo el mundo. No resulta extraño, por tanto, que diversas de sus obras puedan considerarse novelas del mar, como An Outcast of the Islands, The Nigger of the ‘Narcissus’, Lord Jim, Typhoon, The Rescue y otras. Mención aparte merece The Mirror of the Sea (1906), obra que no es de ficción, sino que compendia una serie de ensayos autobiográficos. The Mirror of the Sea, que tiene mucho sabor a mar, nos deleita precisamente con reflexivas descripciones acerca de las diferencias entre las modalidades de la vela y del vapor.
Foto: batega.
Otro autor que igualmente había sido marino profesional durante una etapa de su vida, y que también conocía de primera mano, por tanto, el material literario sobre el que iba a trabajar posteriormente, es el dramaturgo neoyorquino Eugene O’Neill (1888-1953), quien escribirá una serie de obras teatrales con la vida en el mar como telón de fondo. Estos dramas con sabor salobre son: The Moon of the Caribbees, Bound East for Cardiff, The Long Voyage Home, In the Zone, Ile y Where the Cross is Made. Posteriormente O’Neill volvería a prestar atención al tema marino en otras obras, como en The Hairy Ape, que es la que verdaderamente trata el tema del paso de la vela al vapor.
Por su parte, Pío Baroja dedica una amplia atención al tema en las cuatro novelas que comprenden su tetralogía del mar: Las Inquietudes de Shanti Andía, El Laberinto de las Sirenas, Los Pilotos de Altura y La Estrella del Capitán Chimista. Es en Las Inquietudes de Shanti Andía (1911) donde Baroja se refiere de forma poética al paso de la vela al vapor, sobre todo en el capítulo II del libro I, capítulo titulado precisamente El Mar Antiguo.
Los tres autores comparan de forma explícita la navegación a vela con la modalidad del vapor, manifestando con frecuencia diversas afinidades y aspectos en común. Así, por ejemplo, al referirse a la tradicional navegación a vela, es posible encontrar en los tres una evidente sensación de nostalgia. Conrad, al hacer mención a este tipo de navegación en The Mirror of the Sea, habla de “barcos del pasado” o “barcos del ayer”; también se refiere a ellos como “nuestros casi extintos barcos de vela” o “la raza extinta”. En su obra teatral The Hairy Ape, O’Neill se sirve de Paddy —un marinero irlandés anteriormente enrolado en barcos de vela, pero que ahora trabaja de fogonero en la sala de calderas de un transatlántico— para simbolizar la modalidad de navegación a vela. Haciendo uso de un tono altamente emotivo y melancólico, utiliza el concepto de juventud, el de la juventud pasada que ya no regresará, para referirse a esta forma de navegación. De este modo, asumiendo que el mundo de la vela ya se ha ido; nos dice: “Mi tiempo ha pasado ya (...) Me quedaré soñando de los días pasados”. Por su parte, Baroja en Las Inquietudes de Shanti Andía también se acerca al mundo de la navegación a vela de un modo nostálgico y poético. Para ello se sitúa el autor donostiarra en el lugar de Shanti Andía, un marino retirado, y nos transmite la idea de un mundo —el mundo de la vela— que entonces tocaba a su fin. Nos dice, por ejemplo: “Yo no olvidaré nunca la primera vez que atravesé el océano. Todavía el barco de vela dominaba el mundo”. “¡Qué época aquélla! Yo no digo que el mar entonces fuera mejor, no; pero sí más poético, más misterioso, más desconocido”.
Otro aspecto común a los tres autores respecto a la vela viene constituido por la emoción que suscitaba la práctica de esta modalidad, pero intrínsecamente unido a ello se encontraba igualmente la idea de esfuerzo y trabajo duro, aunque gratificante a la vez. De hecho, Conrad frecuentemente considera de manera explícita a la navegación a vela como una forma de expresión artística. Al mismo tiempo nos dice: “Nada provocará la misma respuesta de emoción placentera o de concienzudo esfuerzo”. O’Neill —en boca de Paddy— también hace mención a la dureza del trabajo, pero aun considerando esforzada la tarea del marino en un barco de vela, dice que esto no era tan relevante, dado que afortunadamente la faena se realizaba siempre al aire libre, bajo el cielo y el sol. Igualmente se refiere al alto grado de complejidad y de habilidad requerido por el trabajo en las embarcaciones de vela, así como al riesgo que éste conllevaba. Dice al respecto: “El trabajo, ¡ay!, duro trabajo, ¿pero a quién le importaba eso? Se trabajaba bajo el sol, y era un trabajo que requería pericia y osadía para ser efectuado”. Baroja también se refiere con relación a la vela a la habilidad técnica necesaria para manejarse en este tipo de navegación. Al respecto, nos dice: “de aquellas maniobras complicadas, nada se conserva”. Este concepto de belleza y de atracción propia del mar también aparece en el escritor donostiarra unido a la idea de riesgo y de peligro: “El mar entonces no era tan bueno como hoy, ni tan pacífico; pero sí más hermoso, más pintoresco, un poco más joven”.
Foto: pedrosimoes7.
Respecto a la fuerza eólica, la energía de la navegación a vela, Conrad pone de manifiesto cómo esta modalidad de navegación hace uso de un tipo de energía renovable, que “nada se lleva de los depósitos materiales de la tierra” sino que “parece sacar su fuerza del propio alma del mundo, su formidable aliado”. Por supuesto, Conrad, que había sido marino, reconoce el carácter voluble y vulnerable de esta dependencia respecto a las condiciones de la naturaleza y de la climatología, condiciones que pueden hacer del barco de vela algo inmensamente frágil: “una caprichosa y no siempre gobernable fuerza (...) sujeta a obediencia por los más débiles vínculos”. En relación con la fuerza motriz de la que se servía la navegación a vela, Baroja condensa este concepto de dependencia existente respecto a la naturaleza de la siguiente forma: “El viento, algo caprichoso, impalpable, fuera de nosotros”.
Conrad hace mención también a la inmediatez y al contacto directo con el mar, sentido por el marino de vela. Al respecto, dice: “Aquí habla el hombre de mástiles y velas, para quien el mar no es un elemento navegable, sino un compañero íntimo”. Paddy —es decir, O’Neill— idealiza claramente al propio mar y a los profesionales que trabajaron en este tipo de embarcaciones, a los que considera plenamente integrados en el entorno marino, y de los que, afirma, sabían adaptarse al medio y eran “magníficos hombres (...) hombres que eran hijos del mar”. Dice también, manteniendo el clásico lugar común de la libertad ligada a la navegación a vela: “No necesitábamos más, puesto que éramos hombres libres”. Y añade, refiriéndose a la fusión entre hombre, barco y mar, que él había conocido durante los tiempos de la navegación a vela: “Estos eran días en los que un barco era parte del mar, y un hombre era parte del barco, y el mar los juntaba y hacía de todo ello una unidad”. Para Baroja, el mar de la navegación a vela era un mar cambiante, capaz de presentar condiciones y matices diferentes. Un mar cruel en ocasiones, pero que al mismo tiempo suscitaba adoración. Un mar que había sido sinónimo de juventud, con sus componentes intrínsecos de riesgo y belleza. Este mar que había sido joven, ahora, con la llegada del vapor, había pasado a ser el mar antiguo.
El concepto de estética de la navegación a vela es algo muy caro a los tres autores. Conrad se refiere con nostalgia a la propia belleza de los barcos de vela, a la altura de los mástiles: “Recuerdo momentos cuando (...) el aparejo del barco parecía incluso alcanzar las mismas estrellas”. O’Neill se detiene también en conceptos similares cuando habla por ejemplo de sus recuerdos de “clippers con altos mástiles tocando el cielo”. Baroja atiende igualmente a la estética del velero, y dice: “De aquellas airosas arboladuras que tanto nos entusiasmaban, no quedan más que esos palos cortos para sostener los vástagos de las poleas”.
Respecto a la navegación a vapor, Conrad insiste en su carácter más prosaico en comparación con la vela. Esto no necesariamente supone desdén hacia el vapor —de hecho Conrad lo respeta—; pero sí pone de manifiesto la falta de esencia artística que él echa de menos en esta modalidad, así como la ausencia de contacto íntimo con la naturaleza que conlleva. De este modo, afirma: “El manejo de un moderno buque de vapor (aunque no se debería minimizar su importancia) no tiene la misma cualidad de intimidad con la naturaleza, que, después de todo, es una condición indispensable para la práctica de cualquier arte. Es una cuestión menos personal y más precisa; menos ardorosa, pero también menos gratificante, por la falta de contacto directo entre el artista y el medio de su arte. (...). Puntualidad es su palabra clave. La incertidumbre, que es tan cercana a cualquier realización artística, se encuentra ausente de su esfuerzo regulado. (...). Tal forma de navegar por el mar no tiene la práctica laboriosa de un arte”.
Con el progreso, el mar se ha vuelto menos peligroso, más homogéneo y predecible —más industrializado diría Baroja—. Con el vapor se ha reducido el respeto sentido hacia el mar, hacia sus condiciones cambiantes. En ello insiste frecuentemente Conrad de modo genérico, exponiendo la manera en que la moderna energía del vapor dota a las embarcaciones y a los hombres de cierto desdén un tanto prepotente hacia el mar. Así, por ejemplo, nos habla de “vapores cuya vida, alimentada con carbón y respirando el negro aliento de humo en el aire, siguen su marcha sin consideración al viento y a las olas”.
Respecto a la energía, Conrad expone cómo debido al vapor la navegación se ha vuelto más precisa, y esto indudablemente ha aportado mayor seguridad. En este sentido se refiere a “la infalible precisión del acero (...) alimentado con negro carbón”. También Baroja —en la figura de Shanti Andía— reconoce la utilidad del carbón como fuente de energía, que ha logrado alterar las condiciones de la navegación y dotar de capacidad de control y precisión a los barcos: “El carbón, ese dios modesto, pero útil, (...) ha cambiado las condiciones del mar”. Y este mar sumiso y más seguro, se nos dice, pierde encanto y suscita menos interés. Con el vapor, reconoce Baroja, el mar se ha vuelto más “bueno”, más “pacífico”, pero menos “hermoso”, menos “pintoresco”. Así se nos transmite aquí el progreso en términos marítimos: “La musa del progreso es la rapidez: lo que no es rápido está condenado a morir”.
Foto: mescon.
Por su parte, O’Neill, que manifestaba su nostalgia respecto al mundo de la vela a partir de Paddy, no se queda simplemente ahí, sino que crea el personaje de Yank, un fogonero robusto, malhumorado y agresivo, a modo de arquetipo para simbolizar la imparable navegación a vapor. Yank está orgulloso de la moderna tecnología que hace posible que el barco navegue. Se encuentra plenamente identificado con las máquinas. Él mismo se siente un componente esencial del engranaje. Así nos lo muestra cuando orgullosamente sostiene: “Por supuesto, yo soy una parte de las máquinas. ¿Por qué demonios no iba a serlo? Ellas suponen velocidad”. Él se considera a sí mismo un carácter práctico, abiertamente posicionado en contra de la nostalgia, de lo viejo y de lo arrumbado, y considera que la vela lo es. Asume y acepta de buen grado, incluso con orgullo, el ruido y el humo inherentes a la maquinaria. Siente que el vapor es sinónimo, además de velocidad, de juventud. Yank emplea frecuentemente el vocablo “acero”, como otro componente del progreso, estrechamente ligado a la maquinaria de vapor y a la navegación. Relaciona a la modalidad del vapor con conceptos tales como “poder” y “control”. Reconoce la dureza del trabajo de fogonero, pero disfruta con ello. No le agradan nada los sueños y la nostalgia de un mundo anterior ya pasado. Prefiere las realidades. Y la velocidad lo es. También lo es el poder del vapor y la independencia con que dota a los hombres respecto a las condiciones de la naturaleza. En la arrogancia de Yank en su alegato a favor del vapor se encuentran conceptos tales como velocidad, ritmo, maquinismo, agresividad, modernidad, desprecio por lo antiguo y pasión por el poder de la tecnología. Pero también es posible encontrar poesía —poesía futurista— en su intervención.
En resumen, Conrad, Baroja y O’Neill no se muestran aquí en absoluto interesados por cuestiones tales como la rentabilidad económica o el nivel de eficiencia logrado por el transporte marítimo; tampoco les atañe el volumen de cereales que podía ser colocado en un tiempo record desde cualquier puerto de ultramar en los mercados europeos, ni el número de días en que se iba a recortar la travesía oceánica para los emigrantes o la reducción tan significativa que éstos iban a obtener en el precio del pasaje gracias al empleo del vapor. Éstas y otras cuestiones similares eran ajenas a ellos en su calidad de escritores. Al menos no se detuvieron a dejarlo reflejado en sus obras.
Ellos no entran a analizar el aspecto económico de la transición de la vela al vapor, ni las potenciales ventajas sociales y culturales derivadas de todo ello. Ellos son literatos. Analizan el aspecto meramente poético de las consecuencias derivadas del cambio de tracción en la navegación. Y no resulta difícil reconocer que en este ámbito, en cuanto a estética, poesía y belleza se refiere, tanto el mar antiguo de Baroja, como the ship of yesterday de Conrad, o la juventud que ya no volverá de O’Neill, o, lo que es lo mismo, la navegación a vela, salían, en general, claramente mejor parados en su comparación con el mar industrializado y previsible que iba a surgir a partir del vapor.
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